Conocí a un ángel. Sus ojos eran zafiros que se posaban como fuego etéreo en mi rostro tímido, que ardía de pasión al sentir que ella me miraba. Su boca una muestra de pura sensualidad cuando hablaba. Su cabello oscuro y rizado empequeñecía a la mismísima noche. Su piel, tan sedosa que me acariciaba desde la distancia. Como una reina se alzaba pero la sencillez de una amiga albergaba, mujer de sentimientos puros y nobles, sin avaricia y con una pálida sonrisa. Por las mañanas la veía con su angelical rostro, preocupado por una amenaza esquiva. Mil veces le quise preguntar qué le ocurría, pero demasiado vulnerable me sentía al amarla desde el principio de mis días. Soñaba con el día en que ella me miraría con amor, y así poderle expresar lo que llevaba en mi corazón sin temer ninguna restricción.
Aguardé ese día, pero un hálito de dolorosa realidad arrancó mi alma de un soplo estremecedor. La perdí para siempre, una enfermedad se la llevó lejos de mí. Mis sensaciones eran indescriptibles, combinaciones caóticas de un odio enfermizo hacia mí mismo, hacia la muerte, hacia la injusticia, y hacia todo lo que controlara tan demencial sistema de existencia.
Muchas personas se preguntan cuál es su camino. El mío lo hallé sobre su tumba, conduce hasta ella, y cuando haya superado la tortuosa travesía de la vida, nuestro amor será para siempre.
Texto: D
Dibujo: Thick (Alejandro Repiso)
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